23 ago 2010

Yo mismo

Alguien dijo un día que esos brazos míos olían mucho a papa y a yuca, recuerdos de días mejores. Entonces, tuve que arrancármelos y esconderlos debajo del colchón, como lo había hecho tiempo atrás con el sombrero, cuando llegué. Después de quitarme la ruana y las sandalias, la camisa y el machete, la bota y el pantalón; el colchón fue llenándose de mis propios retazos. Fragmentos que la gente aborrecía.

La ausencia de las piernas me dolió por semanas y creo que la falta del ojo izquierdo fue la culpable de los fuertes dolores de cabeza. Mi propia ausencia me iba transformando, hasta que al final sólo quedó de mí una oreja. Nadie me reclamaba por su presencia, no le incomodaba a ninguno. Fui feliz, y así pasaron mis días en esta ciudad. A veces, se pone muy ruidosa y tengo que reciclar algún dedo para meterlo en mi oído. Hay noches que son insoportables: debajo del colchón yo mismo me muevo queriendo escapar.