9 jul 2010

Verónica no existe

A mí también me pasó. Mi impertinente curiosidad me llevó a buscar a esa mujer que, según dicen, va por las calles con un libro negro entre las manos.

“Se llama Verónica”,  le dije a un hombre que sentado en un bar mezclaba su licor con el dedo. “Muchacho”, respondió ensimismado en la bebida, “Verónica no existe”

Sin embargo, aquí estamos ahora, sentados a la misma mesa.

“Te estuve buscando toda la noche, ¿sabes?”, le dije. Ella no respondió. Tenía el libro abierto e intentaba escribir alguna cosa. “Dicen que has matado a muchos hombres”, volví a decir. Cerró el libro, me miró a los ojos y pude comprobar que su mirada contenía otros ojos y entre estos, otros más. Era como si ella misma quisiese mostrarme lo peligrosa que era. Como si sus ojos fueran la prueba de sus crimines.

“Sé quien eres”, dijo, “y sé que te irás ahora mismo”. Consternado bajé la mirada y observé el libro. “¿Lo quieres?”, preguntó. Y mis labios dijeron: Sí

Entonces me pasó. Me vi a mi mismo, por alguna imprecisa razón, tendido en una cama, agotado, vacio Mi cuerpo inerte empezaba a heder.