30 dic 2012

Aprender a morir (Séneca)

Quien aprendió a morir se olvidó de ser esclavo; se sitúa por encima, o al menos, fuera de toda sujeción. ¿Qué le importan la cárcel, la guardia, los cerrojos? tiene abierta la puerta. Una sola es la cadena que nos mantiene sujetos: el amor a la vida. Este sentimiento, aunque no lo debemos rechazar, hay que reducirlo de tal manera que, si alguna vez las cicunstancias lo exigieren, nada nos detenga ni nos impida que estemos preparados a realizar al instante lo que algún día es preciso que realicemos.

Séneca - Epistolas Morales a Lucilio

Sólo existe el hombre


Y esta conclusión mía es la de que no existen libros, ni existe literatura, ni existe retórica, ni existe arte: sólo existen hombres. Hombres de carne y hueso que sienten y que sufren, que aman y que mueren....

Jaime Ardila Casamitjana - Prólogo a Huella en el barro de Tomás Vargas Osorio.

20 ago 2012

Peligro alta tensión ortográfica (tenxion, tensión)

En Floridablanca existe un paradero llamado Papi quiero piña. Frente a él, pasando la calle, tomando la carretera que lleva al centro de la ciudad, hay una caseta; allí encontramos el siguiente cartel:


Imaginamos que la x en tensión quiere hacer referencia a la forma de las calaveras que usualmente acompañan esta especie de avisos y que se dejan ver tres veces en el papel.

¿Les parece grave este error ortográfico? 

12 ago 2012

La novela de Joseph Avski y Alberto Salcedo Ramos


Hay una escena en la cinta Midnight in Paris de Woody Allen donde Gil Pender tiene el siguiente diálogo con Hemingway: 
Hemingway: ¿Qué escribe?
Gil Pender: Una novela.
Hemingway: ¿Sobre qué?
Gil Pender: Sobre un hombre que trabaja en una tienda de nostalgia, ¿sabe?
Hemingway: ¿Qué mierda es una tienda de nostalgia?
Gil Pender: Un lugar donde venden cosas viejas. Memorabilia. Y resulta que... ¿Suena muy horrible?
Hemingway: Ningún tema es horrible, si la historia es verdadera. Y si la prosa es limpia y honesta, y si manifiesta valor y elegancia bajo presión.
Gil Pender: Oiga. Quisiera pedirle el mayor favor del mundo
Hemingway: ¿Qué es?
Gil Pender: ¿Podría leerla?
Hemingway: ¿Su novela?
Gil Pender: Sí. Tiene 400 páginas y estoy buscando, busco una opinión.
Hemingway: Mi opinión es que la odio.
Gil Pender: Pero si ni siquiera la ha leído.
Hemingway: Si es mala, la odio. Odio la mala Literatura. Y si es buena, la envidiaré y la odiaré más. No pida la opinión de otro escritor.
Hemingway decide llevarle la novela a Gertrude Stein para que concluya su calidad literaria y deshacerse de la responsabilidad de evaluar a otro escritor. Su opinión con respecto al trabajo literario no depende de las adulaciones, sino de la calidad.

No pasó lo mismo en el caso de Joseph Avski y Alberto Salcedo. La novela de Avski fue retirada por haber citado sin comillas partes extensas de la novela El oro y la oscuridad de Salcedo Ramos. 

Avski se confió. Las decisiones que tomó con respecto a su novela fueron comunicadas a Salcedo, parte por parte, pero al parecer no fueron tomadas con la seriedad necesaria. Salcedo le respondía con elogios y la necesidad de lectura y juicio crítico, que pedía Avski, se enmarañó entre halagos de parte y parte. Después, olvidando quizá las conversaciones previas, Salcedo se sintió plagiado, dijo que iba a demandar y la novela se retiró del mercado.

No me interesa analizar culpas que quizá no existen. Salcedo tuvo sus razones para proteger su propiedad intelectual. ¿Quién no lo haría? Y Avski también las tuvo para hacer el “pastiche” que, según dice, era un homenaje. Lo interesante aquí es el tema de las amistades literarias. ¿Hasta dónde llega la amistad en temas literarios? ¿Primero se forja la amistad y luego la literatura? ¿Pueden ser amigos dos escritores?

Para el Hemingway ficcional de Woody Allen es muy claro: Mi ego, mi labor, me van hacer odiar tu trabajo; la escritura es una competencia. Sin embargo, la historia nos ha mostrado casos en los que las amistades han forjado excelentes obras. Clásico es el ejemplo de Nathaniel Hawthorne y Melville. Su estrecha amistad les permitía intercambiar borradores y señalarse los errores literarios más urgentes. Habrán más casos, cientos, quizá miles.

¿Qué sucedió entonces con Avski y Salcedo? No sé si sean amigos íntimos, no tengo conocimiento de que únicamente hayan charlado por correo electrónico, no sé si hayan salido a tomar un café o una cerveza, lo evidente es que uno de los dos se tomó más en serio al otro y así no hay amistad, así no hay nada.

21 jul 2012

La ciudad que resucita



1ª Vista:
Bucaramanga el lunes
Aparece la iglesia de San Laureano con su campana rota. Algunas mujeres entran y salen envueltas en sus mantillas. Al frente, en la Cárcel, se pasea lentamente el centinela y a un lado dos abogados con  las manos en los bolsillos, conversan con D. Isaías. El jardín da García Rovira está cerrado y el héroe con su mano extendida está diciendo: ¡abran la puerta!


2ª  Vista:
Bucaramanga el martes
La calle Real desierta. Algunos comerciantes fuman su cigarro a la puerta del almacén y varios muchachos recogen rifas, de tienda en tienda.

(Telón rápido, son las 6 de la tarde). El Llano de D.  Andrés. Todo un derroche de colores engalanando hermosas lejanías sobre un valle encantador. Un proyecto de avenida deliciosa. Dos o tres sirvientas y una pareja de viejos fracasados se gozan solitos, todo aquello. 

(Telón rápido, la misma hora). El Parque Romero. El centinela del hospital mirando perplejo aquel cabrillear de la luz del crepúsculo por entre las correctas hermosas avenidas. Sobre el “árbol de la concordia” que plantó el Sr. Delegado intentan subirle algunos chulos pero no pueden porque está todavía muy pequeño. Otros más experimentados están descansando indiferentes sobre una robusta ceiba.


3ª  Vista:
Bucaramanga el miércoles
Oficina de correos. Mucha gente parada al pie de la bandera de coleta blanca esperando que se abra la oficina. En un balcón dos niñas hermosísimas miran el tumulto. 

(Telón rápido, son las 6 de la tarde). El Pinar del Río: un verdadero meeting.


4ª  Vista:
Bucaramanga el jueves
Una calle que parece un potrero. Multitud de chinos rodean un hermoso perro envenenado. Un policía se pasea majestuosamente por la acera jugando con el pito.


5ª  Vista:
Bucaramanga el viernes
Calles muy animadas con señores que van y vienen afanosos tropezándose a cada paso con chinos de cara desconsolada que llevan cajoncitos de madera.

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6ª  Vista:
Bucaramanga el martes
La Plaza de Mercado. Otro meeting. El Motor y El Rhin. (Esta película es para hombres solos).


 7ª   Vista:
El Lago encantado
La carretera hermosa que lleva a la Florida, repleta de gentes de todas clases. Los dos coches que pidió Gandour van y vienen sin cesar. A un recodo de la vía un hermoso lago surcado por elegantes barcas americanas atestadas de paseantes. En las orillas pintorescos kioskos de lona bajo los cuales se bebe y se ríe y se canta. Un hermoso restaurante repleto de gente. Tiene esta película la particularidad de que los rostros de las personas que en ella se mueven, son rostros alegres y animados y sin embargo son los mismos que se ven en las películas anteriores.

(Telón rápido, son las 6 de la tarde). Regreso animado a la ciudad. El Parque Romero divinamente alumbrado. Los paseantes del lago llegan y toman descanso, satisfechos, en los cómodos bancos de las avenidas. 


Ultima  Vista:
Los Gutiérrez
Una sala del restaurante del lago. Alrededor de una mesa están los hermanos Gutiérrez, los empresarios progresistas, los constructores del lago. Sobre la mesa se ve  un montón inmenso, descomunal, de billetes de banco que cuentan ellos y van arreglando cuidadosamente en paquetes de mil pesos.

(Cae el telón)

Periódico La Tarde, Bucaramanga, noviembre de 1908.

Este texto hace parte del libro Cinematógrafo. Comentarios y crónicas sobre cine en Santander. Aquí


29 jun 2012

Redención. Un cuento de José Rafael Pocaterra


I

De lo que ella fue para mí, la vida no me había devuelto sino un despojo: el naufragio de su belleza y de sus sentimientos en aquellos ocho años pasados sobre el cojín de todos los carruajes, en los reservados de todas las cantinas, cayendo una, seis, cien veces entre esplendores de fuego fatuo y días tristísimos sin pan ni trajes ni domicilio fijo. Dormía aún. El cabello dorado tantas veces alborotaran mis deseos, muerto, casi gris, mate, con leves reflejos de su brillo pasado; los ojos, entrecerrados por el sueño congojoso, se velaban bajo los parpados amoratados; y la boca antes risueña, que mostraba menudos dientes, tenía ahora esa expresión dura que al violentar la barbilla ahonda la comisura de los labios. Como si hubiese tomado algo amargo… Era ella aquel despojo de un naufragio que ahora, con las primeras luces de la mañana, se revelaba entre las ropas de mi cama de solitario, surgiendo de las sábanas como un fantasma sobre las espumas de mar agitado. Pálida, enflaquecida, marchita.

II

La primera locura de mi juventud. Una noche, entre gentes alegres, en no recuerdo qué sitio de fama dudosa, conocí a aquella Lucia que se iniciaba en la vida de los desordenes con esa resolución casi infantil de algunos políticos muy jóvenes y de las muchachas sorprendidas por el vicio. Pequeña historia de amor: la seducción de cualquiera, el fugaz capricho, luego el abandono y la dura necesidad de comer, de vivir, de surgir, sonriendo y cantando por fuerza de edad sobre todas las ilusiones destrozadas.
Cómo vivió tanto tiempo a mi lado, fue lo que después no pude comprender, pero conmigo estuvo en amor y juventud largos días de paz, alegre, retozona, con una inconsciencia de pájaro, absorbiendo lo mejor que todo hombre lleva en sí: la hora intensa de las pasiones. Cansancio primero, luego fastidio; lentamente dejo de ser mía. Fue ella recuperándose en su propia alma y de lo profundo de sus instintos una ascendencia de tuberculosis y de alcoholismo le tendió los brazos y la atrajo hacia la infamia común, hacia la infamia inevitable… Pude detenerla; un postrer esfuerzo de voluntad podía salvar aquel pájaro que iba a estrellarse contra los cristales engañosos. Un poco de la íntima generosidad que se llama renunciación, bastaba. El egoísmo remoto, el celo del macho de las cavernas y también un mucho de ese “sentido práctico” que mata en nosotros las flores más espontáneas, triunfó de escrúpulos sentimentales… 

Y Lucia marchó una tarde, muy pálida, muy llorosa pero con un ardor febril de recomenzar en su vida el interrumpido mandato de sus antepasados crapulosos y enfermos. 

Recuperábase, volvía a sí misma, de donde se la había arrancado, para hacerle el mal de que conociera el bien por poco tiempo. 

III

Ocho años… y anoche, mientras cenaba a la salida de cine, un llanto ronco, quebrado en el cual reconocí un eco profundo y lejano, llegó hasta mí conmoviéndome de modo súbito, casi estúpido.

— ¿Qué es? ¿Quién llora allá dentro?
— Nada; es esa mujer que vive dando escándalos —me contesto el sirviente--, ya la han llevado varias veces a la policía, y todavía no está contenta. Debe catorce reales y si no los paga de aquí sale para “arriba”.

En efecto, dentro de un reservado sórdido, pintado al temple, en un desorden de cena frustrada, sobre un sofá estaba una mujer, torcida, ebria, llorando… El traje costoso, de mal gusto, el colorete; algo así como la faz desencajada de los cómicos en los ensayos de mediodía; algo ridículo y doloroso, profundamente canallesco…, la escapatoria de los que estaban con ella… su desesperación… Lloraba, ocultando el rostro, doblada contra el brazo del mueble en aquella gracia de líneas de la mujer que llora al pie de la cruz. El sirviente la sacudió por un brazo; quería arrastrarla fuera, ala calle, para entregarla a la policía. No lo permití; él se marchó mascullando un insulto.

Y entonces con una piedad que no honra pero que se parece al remordimiento, al remordimiento colectivo por todos los que damos el mal y lo recibimos, fui hasta aquella mujer que sin haberme visto el rostro siquiera, presintiendo un brazo misericordioso, acaso un fervor recóndito hacia antiguos ensueños, en la amargura suprema escondió la cabeza en mi hombro:

— ¡No me dejes llevar! ¡Yo estoy borracha!

Y realmente, cayó en un sopor profundo, con los ojos nublados de lágrimas. Era Lucia. Reconocí aquel rostro; al cabo de aquellos brazos recordé todo el pasado muerto; ora aquel mismo refugiarse en mis brazos, empequeñecida y miedosa, cuando le refería cuentos de aparecidos. El amor pasado, el que se sella con una sonrisa, como se pone una cruz para señalar los muertos que cayeron en el camino. Una cruz sobre un montón de piedras.

Ante el asombro momentáneo de los que allí estaban la llevé hasta el coche, en brazos, y pagué los catorce reales.

Al salir, alguien comento, burlón, en alta voz:

— Eso está en el Quijote.

IV

Despertó a mediodía, en la garçonniere. Se avergonzó al reconocerme, volvió la cara, hizo una mueca de disgusto, quiso llorar; se me estrechó profundamente, con gratitud de perro recogido en la calle… Aquella emoción duró poco, el animal surgió; tenía sed, hambre, la risa convencional del oficio…

— ¡“Enratonada”, chico…! —La palabra completaba su ambiente indispensable. Una frase burda, soez, pero autentica.

Y bebió soda con brandy, y comió mucho, vorazmente, hasta hartarse… Después quiso acariciarme y tuve que desprenderme fina y resueltamente de los brazos mercenarios, del animal agradecido… Todavía olía a embriaguez; el cabello enredado, los labios insolentes, la mirada viciosa y honda.

En la tarde, ya al marcharse, con una expresión melancólica, me abrazó estrechamente como queriendo refugiar en el abrazo la futura intención, y sin haberme oído ni un reproche, ni una leve censura, quiso prometerme trémula, con los ojos llenos de lágrimas.

— ¡Oye, te juro que no me volverás a encontrar así¡

V

La otra noche, al paso de un automóvil cerrado de donde salían voces de hombres y gritos y carcajadas de  mujer, Lucia sacó la cabeza desmelenada, con labios sangrientos de carmín:

— ¡Adiós, papá! Cuando coja otra mona la voy a dormir allá! 

En: Cuentos grotescos.

28 jun 2012

Pájara, pájara


Pájara, pájara
¿Por qué huyes de pronto?
Saltas de hoja en rama
Dejando pasar mis besos

Pasas triunfante,
siempre constante

Mientras tu macho
Golpeado
Por el viento
Llora

2 abr 2012

Panes "Franceces" o la ortografía del Éxito


El 31 de marzo nos encontramos con esta clase de pan que ofrece el supermercado Éxito de cañaveral. No podemos decir que es un error clásico, ya que, no hemos encontrado alguno similar. Escribir: panes franceces en lugar de la forma correcta panes franceses. Queda esperar cuánto tiempo tardan en advertir el error. El empleado, a quien nos dirigimos para indicarle la corrección, se rascó la cabeza y dijo: "Tienen razón, en un momento lo arreglamos". La segunda foto fue tomada al día siguiente.



25 mar 2012

Joyce y Beckett


Ayres
Joyce tenía entonces cincuenta años, y Beckett veintiséis. Beckett era adicto a los silencios, y también Joyce; entablaban conversaciones que a menudo consistían sólo en un intercambio de silencios, ambos impregnados de tristeza, Beckett en gran parte por el mundo, Joyce en gran parte por sí mismo. Joyce estaba sentado en su postura habitual, las piernas cruzadas, la puntera de la pierna de encima bajo la canilla de la de abajo; Beckett, también alto y delgado, adoptaba la misma postura. Joyce de pronto preguntaba algo parecido a esto:
 —¿Cómo pudo el idealista Hume escribir una historia?
 Beckett replicaba:
 —Una historia de las representaciones.
Enrique Vila-Matas - Bartleby y compañía