Acerca de

Como prueba de su asombro, diecisiete caballeros
rompieron diecisiete sillas…
Antón Chejov


En sentido figurado la expresión “Las sillas malditas” denota una insurrección al estado de insuficiencia intelectual. ¿Qué quiere decir esto? Imaginemos a la facultad de discernimiento, a la conciencia científica, a la investigativa, a la creativa…, imaginémoslas a todas como bellas mujeres acomodadas en sillas frente a un sendero eterno de experiencias, conocimientos y sabiduría, estirando las manos intentando, al menos, tocar una piedra de ese camino por el que tendrían que transitar, pero por el cual no les está permitido porque han sido amarradas fuertemente a sus sillas. Desde allí solo reciben imágenes y aproximaciones de esa gran senda. ¿No es esto lo que vemos en todas partes? Las aptitudes que los contemporáneos decimos tener o que deberíamos tener están sujetadas a una maldita silla.

Yo he empezado por maldecirlas. Una maldición que resuena desde hace tanto tiempo:

Sólo tienen valor los pensamientos pensados en camino. (Friedrich Nietzsche)

Habrán, sin duda, observado que sólo hay silencio entre nosotros. Nadie sabe lo que los presentes, que quieren cultivar cualquier forma de arte, ciencia o conocimiento, están haciendo. El estudio no se enriquece. ¿Hay diálogo? ¿Hay compromiso? ¿Hay propuestas? ¿Hay sensatez? ¿Hay crítica? Reina un solitario diletantismo en las universidades.

En una época se pensó que la relación entre pensadores o escritores no era buena y era denigrante; ya eso pasó y se debe acentuar la importancia de la charla literaria. Un ejemplo de estas relaciones, por citar uno de tantos, es el caso de Melville y Hawthorne cuya amistad produjo, en cierta medida, sus grandes obras (Véase: José Donoso, Las amistades literarias)

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