3 nov 2011

Crucé los brazos

Crucé los brazos y me quedé observando el escritorio por largo rato. Tomé el pisapapeles, regalo de un amigo lejano, y con extrañeza sentí que ya no me pertenecía. Era de mi propiedad, sin duda. Pero estaba seguro de que ya lo habían jugado a la suerte. ¿Quién se quedará con él ahora? ¿Jesús?, ¿Mister Lewis?, ¿la mujer de la cocina? No pude sostenerlo por más tiempo. Empecé a sentir que todos los objetos del escritorio me desconocían. Habían perdido la memoria del uso que les di. Se burlaban. Parecían gritarme: ¡Viejo!, ¡Ineficiente!, ¡Cobarde! Al final, mis manos detuvieron las lágrimas.

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