10 dic 2011

El payaso



Se echó agua en la cara, no con intención de lavarse, sino para aclarar las ideas. En el espejo vio lo que su mujer estaba cansada de señalarle. Un hombre al que se le había ido la vida entre las manos. ” Ser soñador no te lleva a nada” le había dicho el viejo. ¡Pucha, cómo no haberle hecho caso!
Tomó las cosas y manejó hasta la casa donde sería la fiesta. Se presentó y automáticamente le señalaron la puerta del tocador.

Acostumbrado ya al ritual se puso su traje de volados y lentejuelas. Luego cubrió sus zapatos con una gomaespuma que los hacía ver más grandes. Sólo faltaba el toque que lo hacía invisible.

Abrió su maletín. “Las cosas no son lo que parecen” pensó mientras se ponía la crema blanca en el rostro.  Se dibujó la enorme sonrisa roja, coloreó los ojos como si estuvieran encerrados en figuras geométricas y terminó con el detalle de la peluca verde con rulos. Con tanto maquillaje ¿quién podía adivinar la tristeza?

Salió al ruedo. A pesar de ser las 10 de la mañana el sol entraba a picar. 35 grados bajo la sombra de sensación térmica hacían chorrear la piel de cualquiera. Ni hablar de si tenía crema encima.

Estaba acostumbrado a lo que se venía pero, no por eso, dejaba de ser fastidioso, debía hablar con voz fuerte y chillona. Los niños que le tenían miedo lloraban a mares cuando lo veían. Estaba, además,  el que siempre se le colgaba de la pierna y también el que, para hacerse notar, lo mataba a patadones o le clavaba un pisotón de padre y señor nuestro intentando ver hasta dónde llegaban los zapatos en realidad. Se asfixiaba de tanto hacer animalitos con los globos largos. ¿qué tipo de ser inhumano había inventado esos globos? Luego debía crear juegos para todos mientras los grandes comían y bebían sin ofrecerle ni un vaso de agua.

“El payaso de la fiesta es menos que la sirvienta”, “ya vendrán tiempos mejores” se autoconsoló. Justo en ese momento un nene le pidió upa y sin querer le embarró el traje con el mouse de chocolate que cubría la torta.

Se acercaba el medio día. Sucio y transpirado se desvistió en el baño y luego hasta tuvo que renegar para que le pagaran lo que habían convenido por teléfono.

Llegó a su casa cansado y triste. El dinero alcanzaba para la comida pero no para cubrir la amargura. Lavó el traje rápidamente y lo colgó. A las cinco de la tarde tenía otro cumpleaños y la sensación térmica había subido a cuarenta grados.

Se echó agua en la cara, no con intención de lavarse, sino para aclarar las ideas. En el espejo vio lo que su mujer estaba cansada de señalarle. Un hombre al que se le había ido la vida entre las manos. ” Ser soñador no te lleva a nada” le había dicho el viejo. ¡Pucha, cómo no haberle hecho caso!

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