9 abr 2008

Aviones suicidas

Poco después supe que estaba vivo. Utilicé los mismos materiales, unté cuidadosamente el pegante y enderecé fuertemente el alerón, corté la cartulina en la forma indicada y lo pinté de color negro para que pudiera verse muy bien bajo el cielo. Volaría más alto que ninguno.


Tres intentos fallidos eran suficientes para no intentarlo más; pero mi impaciencia no claudicaba y probé otra vez. Lo tomé del armazón, estiré el caucho con mi brazo izquierdo lentamente, esperé unos segundos esperando mejor viento, lo dispuse en un buen ángulo, relajé mi brazo derecho y haciendo una innecesaria fuerza con todo mi cuerpo lo solté. Alas bien rectas, timón funcionando, planeación segura, y luego… luego luchando contra el viento quiso estrellarse contra una gran muralla. Dando una gran voltereta se desvió y fue a dar contra una pared gris, dejando incrustada en ella su negra nariz. Yo mismo me culpe por el accidente. Después supe que había sido un intento de suicidio. Este era un aeroplano que se negaba a volar.


No pude repararlo, había quedado totalmente descompuesto; el alerón inutilizable, la madera insustituible y ni hablar del timón. Todo había sido un desastre. Y lo peor fue que yo me culpé. Pero no me di por vencido. Tome las tijeras y el pegante, el cartón y la madera, el caucho y la regla. Lo dispuse todo sobre la mesa y en un descuido, en un momento de ausencia, todo se tornó difuso. Al principio creí que las tijeras se habían vuelto locas, que el pegante se había derramado solo, que algo había pasado para que iniciaran una guerra entre ellos. Y fue en ese momento en el que lo vi, entre todos esos objetos como un director de orquesta, siendo despedazado a voluntad. Solo en ese momento supe que estaba vivo.

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