1 abr 2008

Qué aprendí leyendo a…

Debo ser sincero. En realidad creo no haber aprendido nada de lo que he leído (al menos conscientemente) y temo ser injusto con los autores y sus obras al reclamarles una enseñanza. Podría hablar del temor que me provocó por las cosas “aparentemente” simples, Edgar Allan Poe, pero me quedaría corto. Quizá hablar de “Bartleby” de Melville pueda ser un buen inicio, pero el mal de Bartleby es contagioso y en realidad “preferiría no hacerlo”. Hay tantas y tantas lecturas de las que creo haber aprendido todo y nada a un mismo tiempo que empieza a complicarse aquella pregunta.
Quizá lo que aprendí fue el asombro. Aprendí a asombrarme con las descripciones de Balzac; me asombró la semejanza de los personajes de Dostoievski con los seres marginados que somos, me asombra aún Capote con su “A sangre fría”; Chéjov con su tratamiento de la tensión por medio de las palabras; Kafka con su sufrimiento.

Pero la enseñanza se sustrae de las páginas y de la literatura y va a dar de lleno a las otras artes. Nietzsche me enseñó a disfrutar la música de Wagner, pero también a odiarla; a causa de Eco me apasionan las imágenes y el cine; Saramago me indujo a la pintura, Sábato también; Borges me hizo amante del diccionario y “Bouvard y Pécuchet” me ilustraron sobre las cosas que pueden suceder sin el método para llevarlas a cabo.

Schopenhauer me mostró la duda y me hizo pesimista; Pessoa la originalidad y la nulidad del ser; Stevenson me hizo viajar y me advirtió que “si un hombre se entrega demasiado a la lectura no le quedará tiempo para pensar” Muchas son las lecturas pero poca mi memoria. Lo sé, soy injusto con cada uno de ellos pero todo hace parte de mí. Yo soy todas esas lecturas, yo soy gracias a ellas.

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